sábado, 3 de abril de 2010

Exsultet


Alégrese en el cielo el coro de los ángeles.
Sí, que se alegren todos los ángeles,
y por la victoria de un Rey tan grande,
resuene la trompeta de la salvación.

Goce también la tierra inundada de tanta luz,
y brillante con el resplandor del Rey eterno,
se vea libre de las tinieblas que cubrían el mundo entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
adornada con fulgores de luz tan brillante,
y resuenen en este templo las aclamaciones del pueblo.

Realmente es justo y necesario aclamar con nustras voces
y con todo el fervor de la mente y del corazón
al Dios invisible, Padre todopoderoso,
y a su único Hijo nuestro Señor Jesucristo:
Él pagó por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán,
y borró con su sangre la condena del antiguo pecado.
Porque éstas son las fiestas de Pascua,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Ésta es la noche en que sacaste de Egipto
a los hijos de Israel, nuestros padres,
y los hiciste cruzar a pie el Mar Rojo.

Ésta es la noche que disipó las tinieblas del pecado
con el resplandor de la columna de fuego.

Ésta es la noche que a todos los que creen en Cristo
esparcidos por el mundo entero,
liberados de los vicios y de las tinieblas del pecado,
hoy los devuelve a la gracia y los une a los santos.

Ésta es la noche en la que Cristo
rompió los lazos de la muerte
y surgió victorioso del abismo.

¡Qué admirable es tu bondad con nosotros!
¡Qué inestimable la predilección de tu amor:
para rescatar al esclavo, entregaste a tu Hijo!

Ciertamente necesario fue el pecado de Adán
que fue borrado con la muerte de Cristo.

¡Feliz la culpa que nos mereció tan noble y tan grande Redentor!

Por eso, la santidad de esta noche
aleja toda maldad, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos
y la alegría a los afligidos;
disipa los odios, trae la concordia y doblega a los soberbios.

¡Noche verdaderamente feliz
en la que el cielo se une con la tierra,
lo divino y lo humano!

En esta noche de gracia, recibe, Padre Santo,
el sacrificio vespertino de esta alabanza
que la santa Iglesia te presenta
por medio de tus ministros,
en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas.

Por eso, te rogamos, Señor,
que este cirio consagrado a tu nombre,
para destruir la oscuridad de esta noche,
arda constantemente, y aceptado por ti
como suave perfume se asocie a los astros del cielo.

Que el lucero de la mañana lo encuentre ardiendo,
aquel lucero que no conoce ocaso,
Jesucristo, tu Hijo, que volviendo de los abismos
resplandeció sereno para el género humano.
Quien vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.


(Himno del siglo IV probablemente de San Ambrosio,
que desde entonces pertenece a la liturgia)

Extraído del Devocionario de la Familia
del P. Ramiro J. Sáenz
"Solo Dios Basta"
Ediciones Gladius 1996
p. 212

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